En junio las verbenas comienzan en Madrid
La primera verbena que Dios envía es la verbena de San Antonio de la Florida
Mari Carmen está desesperada. Su prima Almudena ha sufrido un gran desengaño porque Paco, su novio de toda la vida, se ha marchado con otra. No sabe qué hacer para ayudarla. Ha llamado a René, la vidente de Entrevías, para ver si encuentran alguna solución. Siete años de noviazgo pesan
mucho en la vida de las amigas, pero es que incluso entraba en casa y comía casi todos los domingos.
Llegan los calores y los agobios y Mari Carmen ha decidido que no hay nada más efectivo que el remedio de su querida abuela Obdulia. Ella, según contaba, encontró al que sería su media naranja, todo un caballero vestido por los pies, como solía él decir, cabal y serio, y no fue de otra forma que acudiendo a nuestro venerado santo a depositar los alfileres o las monedas según mandaba la tradición. Así pues, un 13 de junio
de 1927, llena de afeites y vestida como Dios manda para tal ocasión, se encaminó con una vela roja y trece monedas a la ermita del Santo. En su pueblo había un responso famoso al divino Antonio, que los más viejos del lugar utilizaban para encontrar el ganado perdido en el monte o
solicitar la protección frente al lobo… ella incluso tarareaba una cancioncilla con los primeros versos que había oído a su madre mientras echaba carbón a la plancha acompañada por el trinar del canario.
Divino Antonio precioso suplícale a Dios inmenso que, por tu gracia divina, alumbre mi entendimiento, para que mi lengua refiera el milagro que en el huerto obraste, a la edad de ocho años.
Y recordaba parte del responso:
Si buscas milagros, mira:
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.
Aquel día el agua, aunque bendecida, estaba un poco turbia y apenas se vislumbraba el fondo, pero nerviosa y santiguándose con la mano izquierda tomó impulso, sumergió la derecha y ¡¡¡MILAGRO!!!: un hermoso y grueso alfiler de cabeza grande se había incorporado a su raya de la vida apenas atravesando la del amor. Temblando y excitada corrió hacia su casa rezando un continuo rosario de letanías. Días después, más concretamente treinta, cuando marcaba el calendario la fecha de 13 de julio, agudos golpes agitaron el llamador. Una misiva urgente esperaba en la puerta; abrió y, efectivamente, era una mala noticia. Rompió a llorar y Eustaquio, el cartero, la abrazó consolándola. Le daban cuenta de la muerte de Mariano, un amigo de la infancia.
Pero como no hay mal que por bien no venga, desde ese día su corazón no solo latía ante las cartas que repartía Eustaquio, sino que vibraba por las caricias y los besos que este le daba y así, como en una epístola eterna, llegó el amor para toda su vida.
Allí en la ermita, ya desde el siglo XIX, las modistillas arrojaban trece alfileres en la pila del agua bendita y, apretando la palma de la
mano y presionando el frío mármol, retenían con gran nerviosismo los alfileres que habían quedado prendidos. La buena noticia era que, si salían muchos, evidentemente tendrían muchos lechuguinos, pero había una mala, y es que, si alguno salía torcido, todo se complicaba. Mira
por dónde, Mari Carmen entendía que Paco era un alfiler torcido y que la única forma de ayudar a su amiga era volver a resucitar el ritual de su abuela y, como mandaba la tradición, acudir el 13 de junio a venerar a San Antonio. René era muy buena, pero no dejaba de ser una bruja y
en estos casos era mejor encomendarse a los santos. Además, aunque no saliera siquiera un alfiler, la verbena merecía la pena.
Muchos no saben que las misas que se celebran en su honor se hacen en la parroquia de la Santa Cruz, en la calle de Atocha, promovidas por los guinderos porque, según la leyenda, un arriero que llevaba un burro cargado con cerezas para el mercado de los Mostenses perdió parte de la mercancía al soltarse la carga. El hombre disgustado, se puso a rezar al santo pidiéndole ayuda para recuperar las cerezas.
Un monje que pasaba por la zona decidió echarle una mano y, una vez recogidas, trató de pagarle por la ayuda, pero éste solo le pidió que en agradecimiento llevara algunas a la iglesia de San Nicolás. Cuando el arriero llegó, se la encontró vacía y solo había un cuadro de San Antonio. Mientras se arrodillaba ofreciéndole las cerezas, un frío sudor recorrió su frente: era el monje que se le había aparecido. Por eso también es tradición repartir cerezas o guindas en la verbena y bendecir pequeños panecillos para dar de comer a todos los pobres.
Hoy, el paseo de la Florida cuenta con dos ermitas idénticas. La más famosa contiene los frescos de Goya, personajes humildes del pueblo se asoman a la barandilla como en una corrala. Es más una pintura popular que religiosa, y solo los ángeles de la cúpula descienden para llenar de misticismo a un pueblo harapiento. Con la finalidad de preservarlos, ya que el humo de las velas hacía peligrar su conservación, se mandó construir a su lado otra idéntica.
La ermita original hoy contiene los restos de Goya, menos su cabeza, desaparecida y fruto de especulaciones desde su desenterramiento en Burdeos en 1874. Lo que sí deseamos de todo corazón es que nuestra querida Almudena no pierda la suya.
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