Ramón Gómez de la Serna Puig (Madrid, 3 de julio de 1888​-Buenos Aires, 12 de enero​ de 1963) fue un prolífico escritor y periodista vanguardista español, generalmente adscrito a la generación de 1914 o novecentismo, e impulsor del género literario conocido como greguería. Posee una obra literaria extensa que va desde el ensayo costumbrista o la biografía (escribió varias: sobre Valle Inclán, Azorín y sobre sí mismo: Automoribundia) hasta la novela y el teatro. Su vida y obra es una ruptura contra las convenciones. Es así una encarnación con el espíritu y la actuación de las vanguardias, a las que dedicará un libro llamado Ismos. Su obra es extensa y su eje central son las greguerías: un género iniciado por él, como un conjunto de apuntes en los que encierra una pirueta conceptual o una metáfora insólita. Suelen ser de varios tipos: chistes, juegos de palabras, o incluso también como apuntes filosóficos.

Ramón_Gómez_de_la_Serna-1928

«Ramón», como le gustaba que le llamaran, escribió un centenar de libros, la gran mayoría traducidos a varios idiomas. Divulgó las vanguardias europeas desde su concurrida tertulia en el Café de Pombo inmortalizada por su amigo, el pintor y escritor expresionista José Gutiérrez Solana. Escribió especialmente biografías en que el personaje reseñado suponía en realidad una excusa para la divagación y la acumulación de anécdotas, verdaderas o inventadas.

Ramón de la serna

El Rastro

Ramon Gómez de la Serna

El escritor Ramón Gómez de la Serna fue un enamorado del Rastro madrileño. El documental se basa en la visión que el escritor tenía del famoso mercado a través de sus textos.

En la locución, de Simón Ramírez, se alternan las lecturas de textos de Gómez de la Serna sobre el ‘rastro’, el sonido ambiente, las palabras de algunos comerciantes, y las reflexiones de Hipólito Hurigoyen, anticuario y amigo del escritor.

No te pierdas el documental del gran Pedro Olea sobre los textos de Ramón Gómez de la Serna:

Marcel Duchamp, al afirmar que son los espectadores quienes hacen los cuadros, subraya el papel creativo del receptor, en conexión con las conocidas tesis de la Escuela de Constanza. Si toda obra de arte tiene estos dos polos, el de la creación y el de la recepción, la estética del objet trouvé que inspira, de algún modo, a Ramón Gómez de la Serna, cuestiona el equilibrio, pues pone el énfasis más en el “potencial de sentido” que desencadena un objeto (Iser 86), que en la propia intención del autor. De hecho, este último hace hincapié en que su libro no es una obra informativa ni sentimental, ni una lamentación del pasado ni una guía turística, sino una contemplación sui generis -es decir, poética- de los objetos singulares que pueblan el Rastro.

En palabras de Francisco Umbral sacadas de su libro Ramón y las vanguardias  “el Rastro -fue para Ramón- otro redondel que traza… dentro del gran redondel madrileño”. Más que un espacio de la toponimia madrileña, el Rastro significó para Ramón un universo de imágenes que le permitió levantar acta del “desahucio de la ciudad”. El Rastro fue para Ramón muchas cosas a la vez. Lo hizo explícito en el prólogo a la primera edición de El Rastro (1915): “El Rastro no es un lugar simbólico ni es un simple rincón local, no; el Rastro es en mi síntesis ese sitio ameno y dramático, irresistible y grave que hay en los suburbios de toda ciudad” o “el Rastro es sobre todo, más que un lugar de cosas, un lugar de imágenes y de asociaciones de ideas”, resaltando asimismo la “suprema hilaridad que hay entre todas las imágenes y todos los objetos”.

Los dibujos que ilustran estos artículos se pueden encuadrar en dos categorías gráficas distintas, pero solo me voy a ocupar, aquí y ahora, de cuatro de esos dibujos que obedecen, creo yo, a una doble finalidad; por un lado, fijar gráficamente una imagen del Rastro y, por otro, trasladar al lector una cierta visualización de lo escrito en los artículos.

Cuatro de ellos (los más interesantes como dibujo) nos muestran una gran variedad de objetos (cosas) dispuestos de forma acumulativa y heterogénea en el marco de unas composiciones muy elaboradas,  con  representaciones fidedignas y realistas de los objetos, claramente individualizados, algo que parece contradecir, pero solo aparentemente, lo dicho por el escritor: “el Rastro es sobre todo, más que un lugar de cosas, un lugar de imágenes”.

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