Mural de Alfredo Alcaín en Embajadores, 11
Embajadores es mi barrio y el Rastro es muy pintoresco
Madrid siempre ha sido una ciudad abierta y herida, sus casas caían por la piqueta y por la especulación, daba igual el casco histórico o edificios representativos cuyos muros sangraban cemento y vanos de medianeras que quedaban al aire como destripando sus miserias.
En este contexto es en el que el IVIMA, con Tierno Galván como regidor, acomete un proyecto de decorar y dar dignidad artística a esas paredes. Es Alberto Corazón, creador de la modernidad en el diseño, a quien se le encarga la parte principal de esta programación. Puerta Cerrada y la calle Embajadores son testigos de estas obras que se convirtieron en un icono de la modernidad.
En el número anterior escribí sobre el Mural de Cavestany, pero solo unos pasos más abajo nos encontramos esta joya iconográfica del gran Alfredo Alcaín, muchas veces proclamado el gran artista del pop español.
Las latas Campbell de Andy Warhol se convierten en mantelerías, frutas, objetos cotidianos que veía perfectamente al bajar de su casa de Lagasca, en la frutería junto a su puerta, en las tiendas, en los bordados tradicionales que convertían un Nueva York de la vanguardia en un Madrid
castizo de los bajos fondos y de las verbenas. Sin embargo, Alcaín infunde a sus creaciones un carácter casticista y popular. Recuerdos de nuestra infancia, esas cartillas y caligrafías del pupitre, esos anaqueles de las alacenas decorados con puntillas de papel y esos homenajes a los collages, en la memoria del gran artista madrileño Juan Gris, al que reinterpreta en ese maravilloso bodegón cubista, donde sobre la mesa la botella y la copa centran las frutas y el periódico que se desdobla con las famosas iniciales de LE JOURNAL. Siempre la Corrala, como no podía ser de otra forma en este barrio, con la ropa tendida en los balcones y, coronando todo, las cerezas en forma de encaje con los tejados. Todo descansa plácidamente en esa pradera nostálgica de San Isidro medio goyesca y onírica y un mantel de hule a cuadros dignifica las estancias con un ramillete de rosas que nos recuerda a Solas, de Benito Zambrano. Merece la pena realzar ese poema maravilloso entre botijos y farolas que forman un acróstico empezando con E para leer en vertical el título Embajadores: Con estas iniciales firma su excelente mural y con un juego de números nos enseña que las matemáticas era la asignatura más difícil.
Que nuestro patrono también te proteja a ti siempre, querido Alfredo.
Mural de Alfredo Alcaín en Embajadores, 11
Muchas ciudades tienen un monumento al perro, bien como símbolo de la lealtad y fidelidad animal, bien para concienciar sobre el maltrato y el abandono e incluso en representación de guardián de la propia ciudad. Bilbao, Valencia, Pontevedra, Tlalpan, Nueva York, Tokio con Hachiko, inmortalizado en la película de Richard Gere, y ahora Madrid. En el caso de la capital, nuestro perro representaría un pedacito de la historia local, de lo castizo, de la identidad madrileña. En Madrid existió un perro castizo y único, el perro Paco, amigo de literatos, artistas y diferentes personalidades de la ciudad a finales del siglo XIX. Paco era un perro callejero que ocupó un lugar en la Historia al ser adoptado por un pueblo entero, el de Madrid, y objeto de numerosas crónicas de la época.
El nombre de Paco le vino dado por el marqués de Bogaraya cuando un día se topó con el perro que buscaba algún pedazo de pan en el café de Fornos, se acercó al marqués y este le regaló un hueso. Otra noche, en otro establecimiento, el marqués se volvió a encontrar con el perro que lo recibió con mucho entusiasmo y decidió invitarlo de nuevo a una chuleta. El marqués contó la anécdota a sus amigos que comenzaron, ellos también, a convidar al animal, lo llamaron Paco y lo convirtieron en un personaje tremendamente popular. Paco nunca tuvo dueño, aunque estaba muy bien relacionado y se codeaba con los más ilustres señores de la ciudad. Aficionado a las corridas de los toros, asistía también al teatro y al hipódromo, frecuentaba los restaurantes de moda y los famosos cafés de tertulia madrileños. Fue tan famoso que la prensa importante de la época publicaba numerosas noticias y artículos, le componían canciones, coplillas y polcas. Fue tan influyente que también vendían productos con su nombre.
Era el único perro al que se le permitía la entrada a los toros, tenía su propia localidad y se le dejaba hacer cabriolas en la arena para disgusto de los taurinos más ortodoxos, que como todo buen famoso también tenía sus detractores.
Esta afición taurina fue la que le costó la vida cuando el novillero José Rodríguez de Miguel, apodado Pepe el de los Galápagos, para sacárselo de en medio le dio una estocada en el ruedo el 21 de junio de 1882 y hubo tal revuelo que el público quería lincharle. Los periódicos de la época daban cuenta de su evolución hasta su muerte, acaecida el día 27.
Fue disecado por el mejor taxidermista madrileño, Ángel Severini, y expuesto al público en el café de la calle Alcalá regentado por Pepe Chinchilla, el arenero de la plaza, hasta que supuestamente fue en terrado en el Retiro. No ha habido nunca en la historia un perro más castizo y especial que este, tanto es así que se le ha dedicado una estatua realizada por Rodrigo Romero e inaugurada por el alcalde de Madrid el 16 de enero y que puedes contemplar en la calle de Huertas, 71.